"Si nosotros salimos de Camporredondo, Camporredondo nunca saliò de nosotros"
viernes, 6 de enero de 2017
El
VIH GOLPEA NUESTRA AMAZONÍA PERUANA
La
etnia guerrera Awajún, la más afectada
Jata VIH Ajawai (el que tiene virus). Como
hace cinco siglos, cuando la llegada de los europeos a América
provocó la muerte de miles de indígenas que no tenían anticuerpos
para las nuevas enfermedades importadas desde el otro lado del
Atlántico, en los últimos años ha llegado un virus a varias
regiones indígenas de nuestra Amazonía Peruana para el que no
estaban culturalmente preparados y que ya se ha cobrado un número
indeterminado de víctimas mortales: es el VIH.
Las
primeras señales de alerta saltaron hace unos nueve años en la
Provincia de Condorcanqui,
una provincia del norte de nuestro País, fronteriza con Ecuador y
habitada por las etnias Wampis
y
sobre todo, Awajún,
pertenecientes al aguerrido grupo etnolingüístico de los jíbaros,
célebres por su antigua tradición de reducir las cabezas de sus
enemigos. Hasta entonces, debido al aislamiento de esta y otras áreas
indígenas amazónicas, se considera que los casos de sida allí eran
excepcionales y muy aislados. Pero Unicef,
en el marco de un programa de salud materna que tiene en la zona,
comenzó a aplicar las nuevas tecnologías de pruebas rápidas y se
llevó la sorpresa de que el virus estaba más extendido de lo que se
creía.
Poco
a poco se vió que el fenómeno se reproducía en otras partes de la
Amazonía, pero Condorcanqui ha sido tomada como modelo de referencia
por el gobierno peruano para diseñar la estrategia para el VIH a
seguir con poblaciones indígenas, ya que, por sus condiciones
geográficas y culturales, está siendo la más afectada por el
problema.
Condorcanqui
está conformada por las cuencas de tres afluentes del río Marañón
(el río Cenepa, el río Nieva y el río Santiago). Cuentan con la
única carretera que llega hasta su capital, Santa María de Nieva,
con unos más de cinco mil habitantes, y la dejaban a unas seis horas
de viaje en auto desde la ciudad de Bagua, la ciudad más cercana,
todo esto siempre y cuando las lluvias no hagan impasable el camino,
ya al resto de los poblados, diseminados a lo largo de un territorio
selvático de unos 18.000 kilómetros cuadrados sólo se puede llegar
por río.
A
partir de 2012 se iniciaron campañas de detección del sida más
amplias y las alarmas se dispararon con la multiplicación de casos
detectados. El porcentaje de infectados respecto al total de
población analizada ha oscilado en los últimos cuatro años entre
el 1,32% y el 2,1%. Muy por encima del 0,23% de la prevalencia
general de Perú, que se mantiene en los parámetros de la región
latinoamericana, y más cerca de los valores de un grupo de riesgo
como es el de las trabajadoras sexuales (entre el 1% y el 2%).
El
Ministerio
de Salud,
indica que están utilizando una tasa del 2% como valor programático
para sus previsiones, pero reconoce que el porcentaje puede variar
conforme aumente el número de personas a las que se les hace la
prueba.
Zebelio
Kayap, Presidente de Organización de Desarrollo de las Comunidades
Fronterizas del Cenepa, la cuenca con mayor incidencia del virus en
la provincia, cree que éste pudo entrar por varias vías, como el
ingreso regular de comerciantes mestizos que venden sus productos en
las comunidades de las orillas de los ríos o la llegada de
profesionales de otras partes del país para trabajar como
sanitarios, trabajadores de la construcción y, sobre todo,
profesores. También apunta a los crecientes contactos con los
indígenas Achuar, del lado Ecuatoriano de la frontera, con mejores
vías de comunicación que los Awajún, o también con soldados de
una base militar situada en el río Cenepa.
El
líder indígena, indica: “salen muchos jóvenes a trabajar, a
estudiar a Chiclayo, Jaén, Lima. Incluso hay señoritas que están
trabajando en los bares de pueblos cercanos. Esos jóvenes regresan
de la ciudad y nadie controla cómo lo hacen”.
Pero
este no es el único factor que está contribuyendo a que se extienda
la enfermedad entre los Awajún. El Ministerio de Salud ha hecho
estudios que han encontrado que estas poblaciones indígenas
amazónicas tienen una serie de conductas de riesgo para adquirir
enfermedades de transmisión sexual.
En
la cultura amazónica, hay un inicio sexual muy temprano: desde los
10 u 11 años y culturalmente es aceptado tener múltiples parejas
sexuales. En el caso concreto de los Awajún, un hombre puede tener
incluso más de una mujer, pero más importante todavía, en estas
comunidades todavía no se ha podido hacer llegar a entender la
importancia del uso del preservativo, que es muy escaso.
Este
caldo de cultivo, idóneo para la expansión del VIH, ha obligado al
Ministerio de Salud a tomar medidas como la de realizar la prueba
rápida a todas las mujeres gestantes, empezar a medicar a los
pacientes en cuanto den positivo en dos pruebas rápidas, sin esperar
a la confirmación del análisis definitivo y llevar el tratamiento a
los puestos de las comunidades. Hasta 2012, el único centro de
tratamiento estaba en Bagua, a más de un día de viaje de la mayoría
de los poblados, lo que disuadía a muchos pacientes.
Pero
la geográfica no es la única barrera que está propiciando el
avance del VIH – Sida, estas poblaciones no sólo no hablan nuestro
idioma, sino que no comparten nuestra forma de hacer salud y tienen
una cosmovisión totalmente diferente de la nuestra, mencionan en el
Ministerio de Salud.
El
contacto de los Awajún con la civilización occidental ha sido a
menudo traumático y está plagado de malas experiencias. Por ello,
predomina entre ellos el recelo frente al Estado. Los trabajadores
sanitarios encuentran complicado generar confianza en el sistema de
salud occidental entre los Awajún. Muchos de ellos prefieren
recurrir a su medicina tradicional, basada en el uso de plantas de la
selva, o rechazan los diagnósticos de los centros de salud.
Milagros
Osorio, coordinadora de la estrategia contra el VIH de la red de
salud de Condorcanqui, trabajó durante unos años como obstetra en
el puesto de salud de Kusu Kubain, una comunidad a orillas del Cenepa
donde se concentra el mayor número de casos de sida de la provincia.
En muchas ocasiones su trabajo chocó con las diferencias culturales.
Por ejemplo, tuvo que aprender a asistir al parto vertical,
tradicional en la zona, y calcular cuándo las mujeres están listas
para dar a luz por el calor de su cabeza, dado que no se dejaban
tocar en sus partes íntimas.
Asegura
que cuando se comenzó a detectar casos del virus “había personas,
incluso profesores, que no quería aceptarlo y rechazaban someterse a
tratamiento”. “Decían que era brujería y se resistían a
someterse a tratamiento. Tenían otras relaciones y contagiaban a más
gente”, lamenta.
Para
los Awajún es difícil entender una enfermedad como el VIH, que
aunque se puede controlar, no tiene cura, y que alguien lo puede
tener y no presentar ningún síntoma. Es por ello por lo que para
mucha gente de esta etnia es menos complicado atribuir los síntomas,
cuando se presentan, a la brujería, a conjuros atribuidos a algunos
pobladores por envidias o algún otro tipo de animadversión personal
contra sus vecinos.
Pero
a la fuerza ahorcan y en los últimos años han comenzado a aceptar
la existencia de la enfermedad al aumentar las muertes por sida sin
que las plantas medicinales ni los curanderos puedan hacer nada.
“Ahora hay gente que cumple bastante el tratamiento. Se están
dando cuenta de que si lo dejan empeoran y han visto cómo personas
cercanas de sus familias han fallecido. Entonces tienen miedo”,
explica Osorio.
Es
el caso de Esli Kantuash, de 32 años y su esposa, Amanda Ugkush, de
20, de Kusu Kubain. Ambos fueron diagnosticados con VIH, cuando ella
se quedó embarazada y acudió al centro de salud. Esli estuvo
trabajando varios años en grandes ciudades como comerciante y como
guardia de seguridad antes de regresar a su pueblo en 2008. Está
convencido de que fue en este periodo cuando contrajo el virus, que
luego transmitió a su mujer.
“Cuando
me dijeron que tenía VIH/sida me sentí muy mal, pensé en morirme,
en separarme de mi mujer”, recuerda. “Pero la doctora nos dijo
que los que tienen sida viven tomando pastillas y cambié de idea.
Ahorita estamos tranquilos”, cuenta mientras sostiene a su hijo
Juan, de apenas dos meses de edad. “Queremos
estar vivos, por eso estamos acudiendo al puesto de salud cada mes y
estamos al tanto con nuestro tratamiento. Desde que nos
diagnosticaron tomamos pastillas y estamos normales”, comenta. “Se
ha avanzado mucho, pero hay que seguir trabajando en la zona”,
reconoce Osorio. Basta con hablar con algunos líderes locales para
comprobar la ardua tarea a la que se enfrentan las autoridades
sanitarias.
Uno
de los problemas a la hora de hacer comprender el problema es la
confidencialidad que por ley se aplica a los casos de infectados de
sida.
Saúl
Sejekan, viceapu
(autoridad
local elegida en asamblea comunitaria) de Huampami, la capital de la
cuenca del Cenepa, cuenta un caso reciente de un joven fallecido.
Extraoficialmente ha sabido que tenía sida, pero sus familiares
aseguran que ha muerto a causa de la brujería. Como en estos casos,
el poblado se reúne y decide expulsar a la persona que supuestamente
le ha causado el daño (usualmente identificada porque la víctima
soñó con ella antes de enfermarse). Sejekan considera que el
acusado en esta ocasión es inocente, pero no puede oponerse a la
decisión popular. “Yo quiero que el médico nos dé el diagnóstico
a las autoridades para que tratemos de hacer comprender a las
personas”, dice. El otro gran problema en la estrategia contra el
sida en Condorcanqui, reclama Kayap, es la prevención. En el centro
de salud de Huampami, cuartel general de la microrred de salud del
Cenepa, no se ve ni un cartel alertando del sida o promoviendo el uso
del preservativo.
Los
médicos entregan condones a los jóvenes y a los padres de familia y
les dan orientación de planificación familiar y charlas, pero no
parece que esta labor tenga mucho éxito.
ÚLTIMO
DATO:
Los
Awajún desconfían del sistema de salud tradicional y muchas veces
atribuyen los casos de sida a la brujería.
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